miércoles, 10 de junio de 2009

Transformaciones


Cartoneros, artistas y ahora también costureras se mezclan en un proyecto comunitario que creció a pasos agigantados y da trabajo sin discriminar. Tiene un sello editorial independiente que editó 70 títulos y vendió más de 3500 ejemplares. El modelo de autogestión recorre Latinoamérica. Abre las puertas a quien quiera participar: el único requisito es poner las manos.

Del otro lado de la vidriera que avisa “No hay cuchillos sin rosas”, nada es lo que se espera. En el interior del local de Guardia Vieja 4237 unos dedos mágicos transformaron una cosa en otra, organizaron un mundo de formas fortuitas. El cartón de un cajón de fruta se convirtió en la tapa de uno, dos, cientos de libros. No hay ejemplares iguales: cada uno es único y lleva su cubierta pintada artesanalmente a la témpera, sello reconocible de Eloísa Cartonera, el proyecto comunitario, artístico y social nacido en el 2003. En las últimas semanas ha parido también primorosos libros vestidos con tapas de tela. Llevan el peso de grandes firmas de la literatura (Aira, Piglia, Perlongher) pero son livianos, de cuerpos breves y palabras fotocopiadas. Conviven en las estanterías de un rincón que oficia de librería en este local de paredes azulejadas, con posters que gritan ¡Cuuumbia! o hacen lugar a las sonrisas de la Mona Giménez, Gardel, el Diego, Evita. Frente al rincón librero, una máquina de coser acapara por estos días miradas y energías. Eloísa Costurera es la nueva pata del emprendimiento sin fines de lucro que amontona bajo el mismo techo y el mismo mate una cartonería, una biblioteca, una editorial de poesía y narrativa contemporánea, una imprenta y ahora también un salón de costura, estampado, pintura sobre tela y reciclado de ropa. Cualquiera que pase de lunes a viernes, entre el mediodía y el desmayo del sol, puede contemplar cómo los productos se elaboran a la vista, con una de las maquinarias más sofisticadas que ha conocido el ser humano y de la que han salido tantas otras: las manos de los trabajadores.

Minimalistas por obligacion

Recuperar el trabajo manual. Dar trabajo a una decena de cartoneros y experimentar nuevas rutas a través de su talento artístico. Utilizar el libro como un símbolo de transformación en medio de la crisis. Explorar las relaciones entre cultura y función social, el arte y lo cotidiano. Reciclar hasta la literatura. Eran algunas de las cosas que pasaban por la cabeza de Fernanda Laguna (32 años, escritora, artista plástica, madrina), Javier Barilaro (30, artista plástico y diseñador) y Washington Cucurto (32, seudónimo de Santiago Paz, poeta, escritor, editor) cuando arrancó el proyecto. Entonces donde ahora está la máquina de coser había una verdulería que despachaba ajos, papas y cebollas, en una suerte de tienda de autogestión con alimentos para el alma y el cuerpo.

Barilaro y Cucurto editaban ejemplares artesanales de poesía latinoamericana, cuando en la Argentina post 2001 el precio del papel subió el 300 por ciento y se les hizo imposible continuar. Poco después Fernanda Laguna conversaba con una madre cartonera y su hijo veinteañero en la puerta del local de Guardia Vieja. Cuestión que al final terminaron trabajando todos juntos, con la idea de armar una editorial pequeña. Los primeros libros nacieron con lo mínimo: tapas de cartón pintadas con témpera, fotocopias abrochadas y pegadas en el interior.

Curiosamente Eloísa nunca necesitó usar las manos. La mujer cuyo nombre lleva el proyecto era una belleza boliviana y multimillonaria, de la que Barilaro estaba enamorado y a la que quiso rendir homenaje. De la mujer no se supo más nada, pero en estos dos años Eloísa creció en identidad y es un emprendimiento sustentable. Lleva editados casi 70 títulos y muchos nombres lustrosos han cedido los derechos de sus obras o escribieron especialmente para ella: Piglia, Aira, Fogwill, Zelarrayán, Haroldo de Campos. Con un catálogo tan puntiagudo, los libros les ganaron a las verduras. El espacio de las cebollas y las papas fue ocupado por más libros, y recientemente por ropa y agujas.

Este modelo de gestión recorre Latinoamérica. En Perú, Sarita Cartonera es una réplica del proyecto. Los miembros de Eloísa Argentina fueron invitados este año a talleres de armados de libro en Brasil y Venezuela. “Como cualquier proyecto autogestivo, cuesta. Pero el mayor logro es que el trabajo se sostuvo y creció. Es real, genuino, periódico, crea empleo y difunde la literatura latinoamericana. Es disparador de otras movidas creativas, como el taller de costura y serigrafía que estamos organizando”, explica Cucurto.

Hoy Eloísa es una editorial de difusión de autores contemporáneos y de otros que no juegan en el mercado de las grandes editoriales. Además publica material inédito de Brasil, Chile, Costa Rica, México, Perú y Uruguay. El emprendimiento se financia a través de la venta de libros. Gracias a la embajada de Suiza en la Argentina, se sumó una imprenta que permite una terminación de mejor calidad en los interiores. Un aporte del Instituto de Cooperación Iberoamericana ayudó a aumentar las tiradas. Los cartoneros siguen siendo proveedores de materia prima, pintan las tapas y arman los libros. El cartón se compra a $ 1,50 el kilo –aunque en el mercado cotiza a 30 centavos– y por la realización cobran por hora de trabajo. “A veces viene gente con la mejor onda a donar cartón. Pero no podemos aceptarlo: eso atenta contra la sustentabilidad del proyecto”, explica María Gómez, una estudiante de Comunicación Social que llegó a Eloísa de visita a través de un taller de la facultad, y se quedó a trabajar.

El arte del reciclado personal

Fernanda Laguna, al frente de la galería y editorial Belleza & Felicidad, sigue en su rol de hada madrina, pero hoy colabora con el proyecto desde otro lugar, como asesora y ayudante en lo que haga falta. Ella siempre tuvo en claro que “lo importante es dar valor al esfuerzo, comprar el cartón y no hacer caridad”. Y eso se encargó de transmitir a sus herederas, las que hoy ponen el cuerpo en el local de No hay cuchillos...: María Gómez y Ramona, una historia aparte.

Fernanda conoció a Ramona a través de La Stampa, el Taller de Serigrafía de la Unidad Penal Nº 3 de Ezeiza. En una muestra del trabajo de las internas, Ramona y su obra pasaron por Belleza & Felicidad. Cuando hace unos meses salió en libertad, Fernanda le ofreció trabajo en su galería. Pronto se le ocurrió “que Ramona tenía mucha capacidad y la energía perfecta para aportar a Eloísa, hacerla crecer. Es una persona súper organizada, que iba a poner el alma, el cuerpo y la ilusión”, dice Fernanda.

Las manos de Ramona no descansan, tampoco su cabeza. A los 50 años, madre de siete hijos, vive con ellos y su marido desde hace 31 primaveras en San Martín. “Dicen que soy artista, a mí me cuesta creerlo”, repite detrás de sus anteojos. “¿Qué es un artista? Alguien que hace lo que le gusta”, define mientras los dedos saltan prestos entre los pinceles, las témperas y el cartón, como si toda la vida hubieran hecho eso. Pero no. Ramona dice que fue del otro lado de las rejas cuando descubrió que pintar “me llena de tranquilidad y deja salir mis emociones”. Ahora trabaja tres días a la semana en Eloísa y planea “transmitir el apoyo que recibí. Lo que más temés cuando estás adentro es cómo dar el primer paso al salir y organizar tu vida. Gracias a Dios, poder enfrentarme al afuera, tan conocido y tan desconocido, fue fácil. Para otras es más difícil”, dice, agradecida.

Hija de una enfermera y un chofer de colectivos, Ramona se dedicó durante algunos años a la venta de ropa y bijou. “Hasta que caí, involucrada en una organización de venta de droga, con la que no tenía nada que ver”, aclara. En la cárcel hizo cuanto taller pudo: costura a mano y a máquina, armado de prendas, pintura sobre tela, microemprendimientos, serigrafía. “Estos cursos brindaban un espacio fundamental ahí adentro. Y todo lo que se aprende, sirve”, jura mientras encara el rincón de telas y agujas.

Confiesa que ella es medio fiaca para leer. “Por eso estoy más metida en el proyecto de la costura”, comenta. No lo dice, porque su voz es baja como su perfil, pero la idea fue suya y los integrantes de Eloísa –eso sí lo subraya siempre– la recibieron con los brazos abiertos. Eloísa Costurera recién comienza. Realiza arreglos de costura, recicla ropa usada, tiene su feria americana y pinta remeras con el nombre de escritores de Eloísa Cartonera. Mario Bellati y César Aira ya tienen modelos propios para lectores obsesivos, que cotizan a 15 pesos cada uno.

De pronto entra un señor del barrio y pregunta:

¿También pintan remeras con dedicatorias?

Sí, claro.

Quiero regalarle una a mi mujer. Una que diga: “Susy, mi amor”.

Ramona toma nota del pedido y pone manos a la obra. Otro cliente entra a dejar unas sábanas para arreglar y se va llevándose tres libros.

“A lo mejor, acá encontré lo que siempre anduve buscando”, suelta ella, que siempre se sintió atraída por la cuestión social, participó en la cooperadora de la escuela de sus hijos, se hizo hippie, trabajó en barrios populares y cada sábado va con Fernanda Laguna a enseñar pintura a un comedor de Villa Fiorito, donde viven algunos de los cartoneros y trabajadores de Eloísa.

Las clases de costura en el local ya empezaron. En breve quiere poner a funcionar las de serigrafía. Ramona sueña con un desfile de ropa y accesorios de marca propia, ¿Eloísa Americana?, a precios populares, donde madres solteras y embarazadas puedan trabajar. “He perdido los miedos. Eso me da pie a aventurarme a proyectos como éste: un local con gente haciendo lo que le gusta, ni más ni menos.”

Puertas abiertas

“Con Eloísa aprendí que no hacen falta grandes capitales para hacer algo. Que a través del trabajo diario y sencillo se logra un montón de cosas”, dice Washington Cucurto, escritor y uno de los fundadores del emprendimiento. Eloísa, asegura, es una puerta a la popularización del libro, para achicar la distancia entre quien lo hace y lo lee. “Eso posibilita que sea más barato, que tengan acceso a él los que menos tienen, que se publique a autores contemporáneos en quienes las grandes editoriales no están interesadas, que la plata circule de manera más inmediata y genere mano de obra. Para muchos trabajos hace falta una lista de competencias. Para éste, alcanzan las ganas de quien quiera usar sus manos y ganarse el pesito.” No es un político en campaña, pero promete: “si alguna mujer sin trabajo quiere darse una vuelta por Eloísa, que venga sin dudarlo. Acá hay un espacio donde hacer e inventar cosas”.

Con garras de mujer

Hoy las mujeres son una suerte de motor de Eloísa, en los distintos frentes. Lo dice Washington Cucurto y expone sus razones. “Ramona y María se ocupan de la mayor parte del trabajo del local. La parte administrativa está en manos de chicas. Se fue dando un protagonismo femenino en Eloísa, quizás a fuerza de que las mujeres tienen más empuje y son más solidarias”, Cucurto dixit.

A la hora de ver si en el catálogo de las obras publicadas las damas también ocupan un lugar espeso, la sorpresa es que ganan por mayoría los hombres. Pero las damas están presentes en mucha mayor medida que los catálogos de las grandes editoriales y con calidad: Gabriela Bejerman, Dalia Rosetti, una antología de poetisas peruanas, Carmen Iriondo, y Salvadora Medina Onrubia. Esta última (Gaby y el amor, cuentos) es considerada la primera feminista del país y una de las grandes escritoras argentinas del siglo XX. El material de Eloísa Cartonera es casi lo único que se consigue en plaza de esta anarquista que fue abuela de Copi y mujer de Natalio Botana.

María Eugenia Ludueña

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