jueves, 4 de junio de 2009

Historias de un reciclaje literario


Alan Pauls (Argentina), Fernando Iwasaki (Perú), Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Raúl Zurita (Chile) y Santiago Roncagliolo (Perú) cuentan por qué se acercaron a las editoriales cartoneras que publicaron sus textos.

- Santiago Roncagliolo: “Los libros son demasiado elitistas. Son caros y largos y la mayoría de la gente cree que son aburridos. Para cambiar esa percepción hacen falta libros baratos y, de ser posible, cortos, que permitan a la gente ir descubriendo la lectura en el bus camino a casa o en el baño. Los cartoneros hacen eso exactamente y a la vez convierten al libro en una pequeña fuente de trabajo para gente que lo necesita. Por todo eso, me pareció un honor que me invitasen al proyecto. También me gustó la factura a mano, que hace de cada libro un ejemplar único con una portada distinta. En cierto sentido, es como comprar un cuadro”.

- Fernando Iwasaki: “Cuando Tania Silva de Sarita Cartonera (Lima) me invitó a colaborar con un libro cartonero, acepté por varias razones. Primero, porque el proyecto cartonero me pareció genial. Segundo, porque me sentí afín a los autores del catálogo cartonero (Chávez, Aira, Bellatin, Piglia, Roncagliolo, Zavaleta, etc.). Y tercero, porque Mi poncho es un kimono flamenco (2005) es un libro ideal para una edición cartonera, pues deseo compilar bajo ese título las conferencias que imparto en países donde no se habla castellano, porque allí uno siempre termina hablando de la identidad y otras zarandajas que uno provoca por ser un escritor peruano de apellido japonés que vive en Andalucía. De hecho, la edición cartonera de Yerba Mala (Bolivia) tiene más conferencias que la edición de Sarita Cartonera (Perú), y si otra editorial cartonera quisiera publicarlo el contenido de la nueva edición también sería distinto, porque el libro continúa creciendo. Por lo tanto, mi libro es absolutamente ‘cartonero’, porque lo ‘reciclo’ de una edición a otra”.

- Edmundo Paz Soldán: “Hace algunos años encontré en una librería de Buenos Aires los libros de Eloísa Cartonera. Había ahí textos que no conocía de Piglia, creo que también de Villoro. El libro como objeto me fascinó, aparte de que era un símbolo de la crisis que en ese momento atravesaba la Argentina, y mostraba que, en el fondo, para la literatura, lo importante no era tanto el preciosismo editorial, sino hacer que el relato –el poema– llegara al lector. Muchas cosas se unían en los libros de Eloísa Cartonera. Me pregunté cómo podía publicar allí. Un par de años después, cuando la editorial cartonera Yerba Mala se abrió en Bolivia, tuve la suerte de que se me pidiera un cuento inédito. El proyecto de las editoriales cartoneras es fascinante por lo solidario, porque se aparta un poco de la maquinaria tradicional del hipermercado de la cultura. Una golondrina no hace verano, dicen, pero en este caso me parece que sí. Ironía de ironías, hace poco encontré algunos libros de editoriales cartoneras en una librería de viejo en Madrid. ¡Eran carísimos! Se los vendía como objeto de colección. El círculo se cierra algunas veces...”

- Raúl Zurita: “Las ediciones cartoneras son una creación genial, no sólo por lo que son, sino por lo que significan. Hay algo profundamente democrático en su manufactura, en todo lo que interviene: el papel, el cartón de la tapa, la portada única, que tiene algo de ghandiano, una refutación al histerismo de la tecnología y un regreso a la manualidad como si, más incluso que libros, Eloísa Cartonera fuera una propuesta de vida. Un libro adquiere acá otra dimensión, nunca te olvidas del todo del soporte y detrás del poema que lees sientes el latido de la vida concreta, ese telón de fondo de la existencia, que los cartoneros recolectan en la madrugada, de la calle. En lo personal, verme en Eloísa o en Animita Cartonera me alegra porque me ilusiona pensar que el posible lector no leerá sólo un poema, sino ese trasfondo real que finalmente es el destino de toda poesía. No me sorprende entonces que Eloísa Cartonera esté siendo retomada en otros países, porque representa un futuro más que plausible: cuando las grandes imprentas sean unos dinosaurios obsoletos y hayan desaparecido Anagrama, Mondadori, Planeta, sólo existirán los libros electrónicos y los libros hechos a mano, sólo sobrevivirá el Kindle y las ediciones cartoneras”.

- Alan Pauls: “Publiqué en Eloísa porque me gustó el proyecto de una editorial que, en vez de llorar miseria, hacía de la necesidad una virtud, y no una virtud sacrificada, gravosa, sino jovial, incluso festiva. Hay que ver los afiches bailanteros con que Eloísa sabía promover sus libros... Eloísa combina un catálogo de vanguardia con un modo casi alquímico de producir libros –ediciones nacidas de lo que la sociedad desecha–, borroneando las fronteras entre la vida social y el arte. Una vez fui a la vieja sede de Guardia Vieja, a pocas cuadras de Belleza y Felicidad (una institución socioartística prima de Eloísa), y me costó entender dónde estaba, si en una editorial de libros, una madriguera de tipógrafos anarquistas, una kermesse, un taller gráfico, un laboratorio de proyectos sociales o una comunidad post hippie. No creo que haya en Buenos Aires muchas instituciones culturales capaces de producir ese desconcierto”.

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