miércoles, 3 de junio de 2009

La editorial Eloísa Cartonera, un ejemplo de reciclaje cultural

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Nacida como una iniciativa comunitaria para dar una oportunidad a cartoneros y jóvenes creadores, la pequeña editorial argentina Eloísa Cartonera se consolida como modelo alternativo y marca el camino para proyectos similares que proliferan en Latinoamérica.

Tras los cristales de «No hay cuchillos sin rosas», el pequeño local de Eloísa Cartonera en el emblemático barrio de La Boca (Buenos Aires), seis jóvenes trabajan a diario para decorar los cartones que se convertirán en las tapas de los libros de la editorial. María, Alejandro, Juan Guillermo, Santiago, Miriam y Alfredo Leonardo, de edades comprendidas entre los 23 y los 35 años, han encontrado en este proyecto una fórmula para ayudar a los cartoneros -las personas que viven de la recogida de cartones de desecho- y fomentar la literatura. De hecho, Miriam, a quien todos llaman cariñosamente la Osa, y Alfredo Leonardo, abandonaron su actividad en la calle como cartoneros para integrarse en la editorial.

Eloísa Cartonera nació en 2003, cuando el fenómeno de los cartoneros estaba en auge tras la crisis de 2000-2001, como una propuesta comunitaria sin fines de lucro para impulsar la edición de libros artesanales elaborados con cartones recogidos en la calle. Desde entonces, sin saltar los límites de la marginalidad, la editorial -en régimen de cooperativa- ha editado más de un centenar de publicaciones y ha vendido miles de ejemplares, tanto en su pequeño taller de La Boca como a través de algunas de las más importantes librerías de Buenos Aires.

Los libros se encuadernan con cartones pintados con témperas de colores vivos a mano y cada ejemplar es distinto. «Son como libros dedicados, es algo sencillo pero cariñoso», explica María Gómez, de 26 años. «La idea es que todos tratemos de aprender de todas las tareas de producción», agrega María, por eso los trabajadores colaboran en cada fase de elaboración: desde la compra de los cartones hasta la impresión en una Multilit de 1970, la encuadernación y la tapa.

El único requisito necesario para convertirse en proveedor de Eloísa es vender cartones de una sola lámina, limpios -porque no se reciclan antes de su utilización- y, a ser posible, de colores.Los favoritos de María son las cajas de embalaje de los detergentes en polvo porque «están perfumados y el olor dura varios días», asegura.

Para esta joven universitaria, Eloísa Cartonera es un ejemplo de que existen alternativas para llevar adelante proyectos de integración. «Queremos fortalecer la organización y tratar de que la gente se dé cuenta de que se pueden hacer otras cosas, no sólo tener un patrón, sino que se pueden tomar las herramientas de trabajo», apunta.

La experiencia convenció a los dos últimos incorporados al grupo: Alejandro, chileno, y Juan Guillermo, colombiano, que se integraron en el proyecto hace seis meses atraídos por la combinación entre el trabajo de los cartoneros y la literatura. Su trabajo no les permite grandes lujos, pero les alcanza para afrontar gastos y repartir un salario cercano al mínimo en Argentina, alrededor de 1.000 pesos (unos 250 euros) al mes.

La cooperativa se auto-financia con las ventas, no recibe subvenciones y en tres ocasiones le ha sido negada una ayuda del Gobierno de Buenos Aires a proyectos de micro-empresas, por eso, como dice Miriam, «el objetivo es vender mucho». El ejemplo ha cundido y son varias ya las editoriales cartoneras de la región: Sarita (Perú), Yerba Mala y Mandrágora (Bolivia), Yiyi Jambo (Paraguay), Animita (Chile), Dulcinea (Brasil) y Cartonera (Cuernavaca, México).

Ahora, los «eloísos» argentinos tienen nuevos proyectos comunitarios para ampliar sus horizontes: conseguir un terreno en la provincia de Buenos Aires para sembrar una huerta y lanzar un semanario «cultural y político» junto con organizaciones vecinales de La Boca.

GARA

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