Cae el invierno sobre Buenos Aires. Todavía hay sol en las calles de La Boca y al 600 de Brandsen la gente de Eloísa Cartonera no detiene la actividad del taller mientras conversamos. Miriam mezcla con destreza pinceles y colores que iluminarán las tapas de los libros; en la vereda, Ricardo y Juan ensamblan cartones y arman los cuadernos que, luego, pegarán en los interiores de las tapas a la vez que Cucurto, diestramente, también entremezcla cartones y colores.
—Mirá –explica María Gómez sin dejar los pinceles–, nosotros somos una cooperativa y “todos” se hacen cargo de “todas” las tareas. El proyecto nació en 2003, cuando Cucurto, Javier y Fernanda (diseñadores y artistas plásticos) comenzaron a hacer unos libritos muy lindos de poesía con cartulinas de colores. Después de la crisis de 2001, bueno… las cosas estaban muy mal y el tema se complicaba, por los precios…(sobre todo el del papel). Resultaba difícil seguir publicando esos libritos. Sin embargo, ellos siempre habían tenido la idea de utilizar el cartón para hacer libros. Ese momento fue, entonces, la oportunidad. Ya no podían continuar su proyecto pero querían, como fuera, seguir editando poesía…
Mientras María relata la historia del grupo, nadie ha detenido su actividad. Ocasionales compradores hojean los libros; junto a la vidriera hay una activa y antiquísima imprenta alemana (“tiene 30 años pero todavía nos sirve”) y los chicos ahora han invadido la vereda mientras vuelven de la escuela.
Miriam y Cucurto han abierto pomos con colores “fluo” y también María, pincel en mano, aprovecha para agregar unos toques al cartón en el cual ya se distingue el título del libro.
—Esto es así siempre, sonríe María, como te dije, todos hacemos todo pero en ese 2003 fue cuando al grupo se le ocurrió usar el cartón de la calle para las tapas. Los libros empezaron a gustarle a la gente. Varios periodistas se interesaron por el proyecto y mis compañeros decidieron, además de fabricar los libros con el cartón que les compraban a los cartoneros, que fueran los mismos cartoneros los que vinieran aquí a fabricar los libros. Algunos llegaron de Fiorito. Otros, de distintos barrios, y ahí el proyecto empezó a tener una forma más afín a la organización. Después la convertimos en cooperativa. Fue y vino gente. Y empezamos a crecer como es lógico en la vida de una cooperativa.
En las paredes hay posters. “Eloísa, la editorial más colorinche del mundo”… “Mucho más que libros”… “Elaborados a mano…”.
—¿Siempre estuvieron en este local?
—No. Antes teníamos un taller en Almagro, en Guardia Vieja. Hace tres años nos mudamos aquí, a La Boca.
—¿Cuántos son en la cooperativa?
—Somos once personas, y la idea es que sepamos desempeñarnos en cualquiera de las tareas que se refieren a los libros. Por ejemplo, hoy hay que pintar, armar… A medida que se hace necesaria una cosa, la vamos haciendo. Imaginate que abarcamos todas las etapas que implica la fabricación de un libro. En un proceso industrial estas distintas etapas se hacen en una máquina. En cambio, nosotros, desarmamos y trabajamos manualmente. También diseñamos y luego imprimimos en esa pequeña imprenta…
—Los muchachos me dijeron que tiene muchísimos años…
—No tantos… –sonríe María con afecto e ironía–, tiene treinta años. Es un modelo alemán que se llama Multilist 1250. Como podés ver, es una imprenta muy sencilla, con un formato estándar que se adapta bien al formato de nuestros libros. Para aprovechar el papel, se corta la hoja al medio y de allí salen dos pliegos, dos cuadernitos. El sistema de trabajo nuestro es muy sencillo: primero diseñamos el libro y luego lo imprimimos en la imprenta, lo cortamos al medio porque, como te expliqué, con cada corte salen dos pliegos.
María extiende la mano con orgullo y muestra las repisas colmadas de tapas multicolores.
—Todos éstos son libros ya impresos. Una vez que están terminados, los ubicamos en esas cajitas que ves allí abajo (y señala un espacio bajo los estantes) y, a medida que los vamos vendiendo, abrochamos la primera hoja que contiene la información sobre la editorial y los ubicamos en la estantería. A medida que vamos vendiendo, seguimos produciendo.
Nos sentamos junto a Cucurto, que no ha dejado de trabajar mientras conversábamos con María. Pero queremos saber más de esta notable iniciativa.
—¿Cuántos títulos tienen ahora?
—Más de ciento veinte. Estamos haciendo tiradas de quinientos y hasta de mil ejemplares. Como te explicaba María, los fabricamos uno por uno y la idea es ésa… ¡Asignar mano de obra a través del libro!
Advertimos una gran modestia en un planteo que tiene una raíz cultural y educacional notable.
—Estos libros son fáciles de hacer –sigue explicando Cucurto–, los fabricamos uno por uno y bueno… la idea es eso, ¿no? enseñar mano de obra a través de los libros.
Hay un acento de real afecto en sus palabras.
Son libros muy lindos. Todos son únicos, te repito, porque han sido pintados uno por uno.
—¿Y quién elige los autores?
—Los elegimos entre todos. Acá buscamos lo que nos gusta. Ahora vamos a editar a un taxista que nos trajo su libro, que está rebueno ¿no, Miriam?
—Sí –explica Miriam–, el otro día vino un taxista con su libro y aquí, con los compañeros, leímos algunos cuentos… sí, rebuenos… Nos dejó el teléfono por si queremos llamarlo para contarle si nos gustó su libro. Y sí. Como te dije, mucho. Vamos a ver si lo publicamos…
—¿Todo el grupo decide lo que se edita?
—Sí, sí. Elegimos nosotros mismos. Además, conocemos a muchos escritores que nos recomiendan qué nos conviene editar…
—Por ejemplo, ¿a quiénes consultan?
—Tomás Eloy Martínez nos regaló un cuento muy lindo que se llama Bazán y que está inspirado en una leyenda de Tucumán, de un dios popular… Y, bueno, cada libro llega de una manera distinta –se explaya Cucurto–, a través de un profesor que traduce del portugués conseguimos los autores de Brasil y de Perú, por ejemplo, la Universidad Católica de Lima nos donó La casa de cartón, de Martín Adán. La Universidad tenía los derechos y nos los cedió. Es un clásico vanguardista peruano, de los años 20, muy importante pero fuera de Perú no es conocido. Esta es, entonces, la primera edición que se ha hecho en el extranjero. Es un libro que ellos estudian en las escuelas y aquí no se lo consigue en ningún lado. Por eso nos alegra haberlo editado. Y así también con muchos otros títulos mejicanos, chilenos, brasileros, bolivianos…
En la quietud del taller donde, repetimos, nadie ha dejado de trabajar, es emocionante escuchar esta propuesta fantástica que se convierte en una forma de divulgación de la literatura latinoamericana.
—No solamente es importante para la cooperativa –retoma Cucurto–, sino que nos ayuda a sostener el ritmo del trabajo para que se haga sustentable, real. Nosotros nunca recibimos un subsidio de ningún lado, y todo lo hacemos con los libros. Es como que el trabajo parte de un punto real… Estos libros los vendemos, circulan por toda Latinoamérica y por un montón de universidades del mundo. Creo que debemos ser la editorial argentina más conocida. Eso sin duda, porque te digo que hemos andado por todos lados. Y esto nos pone muy contentos porque somos una cooperativa muy pequeña, en total diez personas, como te decía María, y hacemos libros… ¿Te das cuenta? Nos gusta mucho nuestro trabajo porque también descubrimos otra manera de trabajar, aprendiendo cosas… Es así: a medida que uno trabaja va aprendiendo, se va sintiendo cómodo con el trabajo. Tiene trato con las personas, con el barrio. Conocemos escritores…
—Vos también escribís, Cucurto…
—Sí, yo también.
—¿Qué es lo que más te gusta de lo que has escrito?
Modestamente, Cucurto, titubea.
—Mirá, no sé… A lo mejor los poemas. Son lo mejorcito que escribí…
—¿Por qué? Contame… ¿te da como pudor hablar de tu obra?
—Bueno, no sé… me gustan. No sé por qué pero me gustan…
—¿Y vos qué escribís?–preguntamos también a Ricardo Piña, que trabaja silenciosamente a nuestro lado.
—¿Yo? Poesía.
—Igual que Cucu… (así llaman todos a Cucurto).
—Sí, sí. Tengo escrito un libro de poemas: Ortega no se va. ¿Lo querés ver?
—Sí, por supuesto. Y la tapa es muy linda, ¿la dibujaste vos?>
—Algunas, yo. Otras, mis compañeros –abre lentamente el libro y lee en voz muy queda: “Ortega no se va, por Ricardo Piña”. Es un canto popular llevado a poema único escrito en 2008. Cumplí con mi sueño…
—¿Quién eligió estos colores?
—Cualquiera. Es algo indistinto. A medida que uno va pintando, se va copando con un color, ¿viste? Después salta a otro…
—¿Qué ocupación tenías antes de entrar en la cooperativa?
—Tenía un proyecto personal y lo dejé. Yo me había ido de aquí y luego, volví… ¿Querés ver el libro?
—¿Esta es tu foto, aquí al final?
—Sí. También mi currículum…
“Ricardo Daniel Piña –leemos– nació en Buenos Aires en 1962. Algunos de sus poemas fueron publicados en la mítica antología de poesía joven argentina de Ediciones del Dock (1995), Poesía en la fisura. Es un trabajador histórico de Eloísa Cartonera. ¡Que lo disfruten!”
—Todo eso lo puso María…
—¡Vos sos como la editora general, María!
—¡No, la editora no! Acá todos hacemos todo. Tratamos de hacer muchas cosas. Yo también mando los mails y ese tipo de tareas pero no… el que tiene más conciencia del catálogo es Cucurto. El es especialista en literatura latinoamericana acá, ¿viste? Además de fabricar los libros, siempre hay muchas más cosas que hacer y tratamos de cumplir con todo eso. Pero lo que nos gustaría es transmitir… contarle algo a la gente de lo que hacemos… Como te dije, somos una cooperativa que edita libros de literatura latinoamericana y lo que más nos gusta de todo lo que hacemos es que nuestros libros, además, estén hechos con mucho amor, uno por uno. Son muy económicos porque pensamos que cualquiera que desee leer un libro… bueno, es difícil… ¡Vas a una librería y un libro te sale cincuenta pesos! Entonces, ¿quién puede comprar un libro? ¡Nadie! En cambio, lo que tratamos de mantener son los precios. Estamos contra la inflación. Los precios suben y mantenemos los precios igual que siempre. Nunca aumentamos y también pensamos que hay autores que son muy buenos en su país y no se difunden en la Argentina. En fin, lo que te contaba Cucu…
—¿Y cómo establecen contacto con esos autores?
Aquí interviene Cucurto:
—El contacto viene por los amigos, por las instituciones. Muchos contemporáneos son amigos de aquí, de la cartonería. Nos conocemos hace años, como es el caso de Tomás Eloy, que un día vino y nos regaló un cuento. Nos ocurrió lo mismo con Piglia, con Aira, con Garamona, con Fabián Casas, con Pedro Mairal… bueno, ellos conocen a muchos otros autores y entonces nos ayudan a editar algún libro. Nos recomiendan. Nosotros somos los trabajadores pero Eloísa Cartonera ya es de todos. Y es porque mucha gente se ha acercado y nos ayuda. Lo mismo ocurre con los libreros que aceptan nuestros libros y, claro, con los lectores que los compran. Son muchas personas que lo hacen. Nosotros vamos casi siempre a las marchas o a los recitales de poesía, y entonces la gente se entusiasma con nuestros libros porque son muy lindos y muy baratos. Buenos títulos, y esto despierta buena onda en la gente. Está claro que los que trabajamos aquí somos nosotros pero el proyecto es más que eso. Contamos con amigos en todas partes: en Alemania, en Estados Unidos, en Chile… y todo es gracias a los libros, a nuestro trabajo. Cuando aquí estábamos en plena crisis, íbamos a Chile con los libros y una persona me dijo: “Uy, aquí sólo se escuchan cosas malas sobre la Argentina. Malas noticias. Y la verdad es que estos libros son una gran noticia…”.
—Por supuesto que es así…
—Por eso sentimos que hemos representado al país en muchos lados. Y eso está bueno…
—¿Y cómo consiguieron este local? Está muy bien ubicado…
—Lo conseguimos después de mucho caminar, de buscar, de andar. Pagamos un alquiler mensual que sale de la venta de los libros. Lo mismo que nuestros sueldos y las témperas que compramos. Por eso nos empeñamos en que los libros sean muy lindos. Los llevamos a todos lados y la verdad es que estamos muy contentos… Humildemente te digo que me parecen los libros más lindos del mundo. También el proyecto ha repercutido en muchos lados. Por ejemplo, en Bolivia ya hay dos cartonerías. En Paraguay, tres. También en México y Brasil. Y esto nos pone muy contentos porque quiere decir que nuestro sistema de difusión cultural funciona. Es algo al alcance de la gente. Lo que siempre quisimos. Que no quede en esto sino que vaya creciendo y los autores se difundan…
—¿Cómo es el proceso? Ustedes compran el cartón, lo reciclan…
—Sí. Nosotros le compramos el cartón a los cartoneros y trabajamos con ellos. Miriam, por ejemplo, era cartonera. Nosotros compramos el cartón en la calle. Es el que está apilado allí –señala– lo cortamos, lo pintamos. De pronto quiere decir que toda la basura que la gente tira nosotros la convertirmos en un tesoro…
—Le dan vida…
—Eso mismo. Le damos vida porque lo reutilizamos. Eso está bueno porque cada libro cartonero es como un tesoro. Ediciones muy lindas, difíciles de repetir y conseguir. Y a esta altura, ¿quién no tiene un libro cartonero? –termina preguntándose con un dejo soñador.
—Vos me decías, María, que la imprenta ya tiene treinta años. ¿Cómo la consiguieron?
—La compramos hace como tres años y, por supuesto, la idea nació de acá. De tener una pequeña imprenta para no fotocopiar los libros. Al fotocopiar, la calidad no es tan buena y, con el tiempo, los fotocopiados se borran. Queríamos tener una máquina impresora, y esto es lo que pudimos comprar.
—También el otro día, ustedes comentaron en la Editorial Alfaguara que pensaban comprar un terreno en Florencio Varela...
—Sí. Es verdad. Porque el proyecto tiene que seguir creciendo para sostener más el cooperativismo. Vos sabés que los libros nos enseñaron muchas cosas. Por ejemplo, a trabajar, a saber que podemos emprender más proyectos. Nos enseñaron a ser más independientes, autogestivos. Entonces, la idea es que ahora, con el terreno, nos dediquemos un poco más a la tierra. Reconocer que también la tierra tiene una cultura. Que podemos producir nuestros propios alimentos. Y esto es muy importante para todas las personas. Que seamos capaces de producir nuestros propios alimentos. En el terreno vamos a hacer una huerta que sea para todo el mundo: para los integrantes de la cooperativa y para todos los compañeros nuevos que vengan. Siempre pensamos en el futuro y que esto es sólo el comienzo.
—¿Pero van a conservar este buen local?
—Sí, vamos a seguir haciendo los libros pero también trataremos de aprender a trabajar la tierra así nos convertimos en pequeños productores y generamos alimentos para los demás. ¡Continuar apostando al trabajo! Pero siempre a la manera cooperativa. Nos parece muy importante difundir el cooperativismo. Mucha gente no sabe de qué se trata y yo creo que es algo muy importante para la persona. Es necesario que la gente se junte y genere trabajo, ¿no? Eso está muy bueno…
—También es muy importante lo que vos decías con referencia a que no tienen ningún subsidio, se mantienen ustedes mismos…
—Sí. Nos autofinanciamos. Ahora somos una cooperativa legal. Hay un ente que cubre a las cooperativas. El INAE (Instituto Nacional de Asociación y de Economía Social). Nos inscribimos allí y descubrimos que hay todo un mundo que es muy importante que la gente conozca. Allí te informan sobre cómo formar una cooperativa; cómo sostener ese trabajo. Para gente que no tiene posibilidades de nada, el cooperativismo me parece fundamental. No digo que vaya a cambiar el mundo. No, por supuesto. Pero la gente organizándose puede generar su propio trabajo, ¿no?
—Tener la dignidad de lo propio. Algo muy importante.
—Por supuesto. La idea de ser fundadores, de no tener un patrón, de ser responsables en todo… El trabajo no es solamente ganar dinero. Es un aprendizaje. La finalidad del trabajo no es ganar dinero sino la felicidad de los trabajadores. Claro que el dinero es importante pero el trabajo no es sólo producción sino conocimiento. Que las personas se relacionen y estén bien. Ese es el verdadero trabajo.
—Vos, Cucurto, ¿qué hacías antes de dedicarte a la cooperativa?
—Trabajaba en un supermercado, y aquí pude aprender otra cosa: el cooperativismo. Algo que yo desconocía porque trabajaba siempre de manera capitalista. Con un jefe. Me importaba cobrar mi sueldo a fin de mes, que no me quiten el premio, y no veía lo que sucedía a mi alrededor con mis compañeros. Era como una máquina. Luego, fui aprendiendo a trabajar en grupo. Todo un aprendizaje para mí porque soy una persona relativamente grande aunque he descubierto un montón de cosas, como los lazos que se pueden entablar gracias al trabajo. Para mí el trabajo es el movilizador social más grande que hay. Es la herramienta número uno. Mis chicos tienen 6 y 3 años, y los traigo aquí para que aprendan. También pintan junto con otros chicos del barrio. ¿A quién no le gusta pintar una tapa, elegir los colores? Esto es muy acogedor…
—Yo también tengo dos hermanos que vienen aquí a pintar cuando pueden –agrega María–; la cartonería es un espacio abierto. Hoy se da la circunstancia de que estemos nosotros y lo seguiremos haciendo, pensando en el futuro. Esto no es una changuita para ganarse unos pesos. Pensamos que es algo más, ¿no? Que es un proyecto a futuro. La idea es que cada vez venga más gente. Es un espacio abierto. No es importante que nuestro salario sea poco o mucho. Hay algo más allá. Por eso queremos comprar el terreno, conocer cosas nuevas y difundir el trabajo. Por eso hablamos de cooperativismo. Vendrán también aquí otros compañeros que, quizá, tengan otras ideas, que no estén cansados, que tengan ganas de hacer cosas. Seguramente, el proyecto va a seguir creciendo. Hemos puesto todas las fichas para que siga hacia adelante. Como decía Cucu, el tema de la tierra es muy importante. Queremos aprender nuevas cosas para seguir formando compañeros. Y en esto nos ha ayudado mucha, mucha gente.
—Es un desafío frente a una sociedad que, muchas veces, se da por vencida…
—Y, sí. Nosotros siempre vamos para adelante. Hay que trabajar y organizarse. Sentir el trabajo como algo humano en la sociedad capitalista en la que el trabajo significa explotación. Nosotros tenemos otra visión. A mí la Cartonera me cambió la vida. El trabajo es la posibilidad de ir hacia adelante. La gente tiene que darse cuenta de esto: que la posibilidad de cambiar las cosas está en uno mismo y en organizarse. Nadie puede hacer esto en soledad.
—¿Qué cambiarías vos en la sociedad?
María piensa, y luego...
—El individualismo y el egoísmo porque contribuyen a que la gente se encierre en sí misma. Creo que los grandes problemas sociales que tenemos se resuelven seguramente con políticas públicas que son responsabilidad del Estado. Creo que el gran problema de las políticas de Estado es que son parasitarias. O sea que impiden que la gente piense y se organice. Le das un Plan Trabajar de cien pesos a alguien y no va a hacer nada con eso. Es algo indigno. Por ejemplo, el Estado, en vez de darle cien pesos a un cartonero, debería abrir una fábrica o una editorial cartonera, un pequeño emprendimiento en el que, en vez de recibir todos los meses un Plan Trabajar, se organice y entre en contacto con otras personas, como lo que estamos haciendo aquí. A la gente hay que darle herramientas para que aprenda a ser independiente, desarrollarse y mandar los chicos a la escuela.
—Nadie quiere una limosna –asiente Cucurto mientras sigue pintando una tapa con todos los colores de la esperanza.
Magdalena Ruiz Giñazu
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