Hace pocos meses, el joven poeta chileno Héctor Hernández Montecinos decidió radicarse en México D.F., y, junto con el escritor mexicano Yaxkin Melchy, iniciar un proyecto editorial, sociocultural, poético, titulado Santa Muerte Cartonera. Su declaración de principios, formulada en el blog que han montado en la web para explicar, respaldar y documentar dicha tentativa (www.santamuertecartonera.blogspot.com), es clarísima: “Este proyecto cartonero se suma a la inquietante y provocadora iniciativa latinoamericana de producir libros a precio de costo, hechos artísticamente con material de reciclaje, en catálogos de autores de primer nivel, y a modo de una comunidad informal de editoriales que insisten en la vida nómada del libro, en la lectura como intervención social y en la circulación de los materiales literarios como un desvío a los abrumadores consorcios transnacionales de literatura y publicidad…”.
De esta forma, Santa Muerte pasa a integrar la lista de editoriales ‘marginales’, subversivas si se quiere, que ya estaban funcionando a lo largo del territorio latinoamericano: Eloísa Cartonera (Buenos Aires, Argentina), Sarita Cartonera (Lima, Perú), Animita Cartonera (Santiago, Chile), La Cartonera (Cuernavaca, México), Yiyi Yambo (Asunción, Paraguay), Felicita Cartonera (Asunción, Paraguay), Dulcineia Catadora (Sao Paulo, Brasil), Mandrágora Cartonera (Cochabamba, Bolivia) y Yerba Mala Cartonera (La Paz, Bolivia).
"(son) editoriales que insisten en la vida nómada del libro, en la lectura como intervención social"
Parte del éxito de estas editoriales pequeñas se basa en la posibilidad de captar, junto con nombres de escritores incipientes, que buscan alternativas de difusión, trabajos de autores que puedan considerarse capitales dentro de la tradición literaria reciente de sus países. Eloísa Cartonera, por ejemplo, logró publicar Mil gotas, libro inédito de César Aira. El último número de Santa Muerte, por otro lado, es Auschwitz, texto del maestro chileno Raúl Zurita. Tomás Eloy Martínez, refiriéndose, precisamente, a Eloísa, llegó a decir que se trataba de “una comunidad artística y social que ha hecho por las personas marginadas de la sociedad de consumo mucho más que las políticas municipales y nacionales que se sucedieron desde el cataclismo económico de 2001…”.
El poeta guatemalteco Alan Mills, quien publicó en Santa Muerte su libro Trenes de alta velocidad, y cuya trashumancia le permite tener una idea clara del panorama latinoamericano (ha participado en festivales en México, Guatemala, Chile, Brasil, Colombia y en organizaciones de estudios latinoamericanos de Suecia y Francia), opina que “se intenta propiciar en América Latina el espacio para una mayor promiscuidad literaria (sobre todo desde la poesía), no necesariamente organizada por los marcos académicos o institucionales (aunque participan, claro), sino desde la experiencia misma del intercambio humano y la lectura en tiempo real. Quizá asistimos a un momento en que las viejas literaturas nacionales se problematizan por la propia velocidad del intercambio de valores simbólicos (poéticos), permitiendo el surgimiento de una escena más polimórfica y arbitraria, que todavía no sabemos a dónde irá a parar”. Mills se refiere a una escena en la que las cartoneras son apenas una variable. También hay que mencionar el uso de bitácoras blog -el mismo Mills tiene una, titulada Revólver- y del Internet en general para crear redes internacionales virtuales, que luego suelen derivar en festivales jóvenes, armados de manera muy artesanal, aunque con tangible entusiasmo, en los que se convive como en una comunidad hippie. (Novíssima verba; Lima; Poquita Fe, Santiago; FLAP, Sao Paulo, Estoy afuera, México).
Paúl Guillén, poeta peruano y especialista en literatura graduado en la Universidad de San Marcos, quien maneja Sol Negro, un visitado y respetado blog de poesía latinoamericana, afirma que “Las editoriales alternativas –no solamente cartoneras- forman una red simbólica de poder frente a las grandes transnacionales que quieren dictarnos qué leer y qué pensar. Por ello, estas editoriales son un medio, contra lo hegemónico, de subvertir esos poderes.
Aquí no puedo dejar de mencionar la labor de editoriales como El Billar de Lucrecia, de México, Tsé-Tsé, de Argentina, El Álbum del Universo Bakterial, Lustra y Cascahuesos, de Perú, entre muchas otras”.
En Ecuador, un joven narrador y estudiante de antropología riobambeño se entusiasmó, hace ya algún tiempo, con las historias que escuchaba sobre las cartoneras argentinas. A partir de allí empezó a gestarse en su cabeza, insistentemente, un proyecto similar. Fue entonces cuando el artista plástico Edwin Lluco, el artesano Eduardo Yumisaca y la estudiante de literatura Gabriela Falconí, contagiados por la idea de una cartonera ecuatoriana, se aunaron al proyecto, que empezó a concretarse al tomar contacto con la gente de Sarita Cartonera, de Perú.
“En el camino”, recuerda Víctor, “encontramos varias dificultades, pero no faltaron instituciones interesadas en apoyarnos. El INFA y el Banco Central del Ecuador, sede Riobamba, fueron nuestros padrinos, al donarnos los materiales y, en un primer momento, el espacio para realizar los talleres”. Actualmente poseen la casa Matapalo, a la que llaman La Casa de Cartón, que se encuentra en el centro mismo de la ciudad de Riobamba.
Así es que va configurándose un ‘mapa alternativo’ de la literatura latinoamericana, que va articulando subjetividades que coinciden en el ideal de hacer de la literatura un territorio al margen de las imposiciones del mercado corporativo, de la agenda de los grandes medios. Se puede citar el cierre de la contundente declaración de principios de Santa Muerte Cartonera: “La Santa Muerte es una forma indócil de fe mexicana (...), (y) son delincuentes los más fieles devotos de ella. (...) La delincuencia y el terrorismo como una forma de escritura literaria. El paganismo y el sincretismo como la metáfora del campo literario que nos interesa. La literatura no morirá”.
Fabián Darío Mosquera
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