Recientemente fui a una entrevista de trabajo a la Universidad de Kent en Canterbury, Inglaterra, donde me pidieron que hable de mi investigación actual. Dije que se llamaba Lo pobre lindo, y que estudiaba cómo después del default de la deuda externa del 2001 se había producido en la Argentina una suerte de revitalización cultural, en la que las coordenadas del valor artístico y cultural han cambiado radicalmente. La producción de valor es importante porque es uno de los modos de mantener el tejido social articulado a través ficciones e imágenes. Por medio de ellas damos sentido a nuestra vida social, y a la vez nos confrontamos con la imposibilidad creciente de encontrar fundamentos últimos para las mismas.
Coloqué como ejemplo el trabajo de Eloisa Cartonera, nueva narrativa sudaca border, un proyecto de autogestión colectiva de los recolectores de cartón en las calles de Buenos Aires (www.eloisacartonera.com.ar). En colaboración con escritores como Washington Cucurto, los cartoneros han creado una editorial que publica obras de autores reconocidos, y no tanto. Los libros están hechos de materiales reciclados que los recolectores sacan de los tachos de basura, en particular cajas de cartón con los que hacen las tapas de los libros. Los escritores donan sus derechos de autor, y uno los puede comprar por dinero o intercambiar por alguna otra cosa o algún servicio. Forma parte de las redes de solidaridad y sobrevivencia popular que aparecieron después del colapso.
Desde el comienzo se generó un poco de tensión en el salón. En el primer mundo la revitalización cultural está asociada al nuevo rol de la industria cultural como motor de la economía de servicios, y depende estratégicamente de la inversión y subsidios públicos y privados. Por eso es que los conflictos entre Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea en estos momentos son tanto de carácter económico como de hegemonía cultural.
En el momento en que la actividad económica de producción se ha trasladado al tercer mundo, la cuestión es qué modelo de gerenciamiento van a comprar los países pobres. En el tercer mundo, sin embargo, importantes aspectos de esa revitalización cultural desafían el tipo de determinación entre economía y cultura que predomina en los ministerios de cultura (perdón, quise decir de economía) europeos, a los que uno les podría recordar que cuando Marx dijo que la riqueza se nos presenta ahora como una acumulación de mercancías, estaba ironizando. En efecto, tal como había planteado los estudios de la dependencia, lo que fascina en los países subdesarrollados es la opacidad creciente de las relaciones entre economía y sociedad.
Yo decía en esa oportunidad en Canterbury que Eloisa Cartonera nos habla de dos cosas. Por un lado, ilustra los procesos por los cuales las crisis económicas se institucionalizan como reclamos de orden y seguridad. Transformar la crisis económica en una crisis del orden social fue clave para los gobiernos recientes cuando tuvieron que lidiar con la desobediencia civil que viene adherida a altos niveles de desempleo y subocupación, y a un 50 por ciento de la población viviendo bajo la línea de la pobreza. Esto, por cierto, no es específico del tercer mundo, y se puede ver cómo la crisis de empleo en Alemania es difuminada como problema inmigratorio, el creciente autoritarismo en el Reino Unido se asimila a una reforma electoral, o cómo el ataque del 11 de Septiembre en Estados Unidos se presenta como catástrofe civilizatoria.
El segundo aspecto para mí es mucho más fascinante. Yo creo que lo que vemos en Eloisa Cartonera (autogestión, colectivización de la propiedad intelectual, modo de circulación, origen y tipo de los materiales, etc.) es que la revitalización cultural en Argentina está basada en el colapso de una concepción que ponía la belleza como momento definitorio del valor artístico en el modernismo, y que llamé lo pobre lindo. Los efectos de la inmigración masiva, la industrialización, secularización y masificación sociales y, al mismo tiempo, el enigma del subdesarrollo, la corrupción, la desigualdad y el exterminio preocuparon tanto a izquierdistas como a liberales y conservadores.
Lo pobre lindo parece darnos una explicación multifocal sobre por qué la acumulación de mercancías condujo a una catástrofe, y supuso que no había belleza sin algún grado de relación con la pobreza que no pasaba por el desagrado. Y pensar la pobreza se volvió crecientemente traumático, porque implica meterse con lo que hay de insoportable en ella. Esa complicación del valor belleza llevó a la formación social a un grado de conflictividad enorme, porque ya no pudo ser articulado simplemente como exceso sublime.
Lo sublime, que tanto en Alemania como en Argentina designa lo insoportable, es la huella de que la belleza era posible sólo en tanto que exceso, sólo en tanto que se renuncia a representar completamente el horror de la pobreza creciente y el colapso moral y social que la acompaña. Lo que resulta tan interesante de las películas, literatura, proyectos documentales y artefactos digamos de los últimos 10 años para aquí, es que exploran el colapso de una actitud frente a la pobreza que se ha vuelto insostenible, y en la que todo embellecimiento resulta inadmisible tanto ética como estéticamente. Por supuesto el proyecto de lo pobre lindo es predominante en la era de lo popular masivo, y no va a desaparecer mientras exista alguna clase que esté por encima de la necesidad y tenga que filtrar las imágenes del horror diario.
Ahora bien, yo dije en la entrevista que en realidad el caos como momento económico y social se caracteriza precisamente por una redefinición de las relaciones entre belleza y pobreza, y coloqué como ejemplo la renovación cultural, de diseño e ideas que siguió al colapso de Alemania en la primera postguerra mundial: digamos la articulacion entre hiperinflación, Republica del Weimar, Bauhaus y Nazismo.
El director de investigacion del departamento, un germanista de pocas pulgas pero teniendo sólo eso en su cabeza, y con la gentileza de quien sabe que no tiene nada que perder esbozó una sonrisa complaciente e incrédula, y terminada mi presentación hizo la pregunta:
-‘¿Qué tienen en común la Bauhaus con esos pedacitos de cartón?’
-Nada, respondí, sino que en la Bauhaus todavía se podía pensar que un vínculo entre la pobreza no excluía la belleza. Porque en efecto ¿qué pueden tener en común los diseños hipersofisticados de la Bauhaus que revolucionan la percepción del espacio y los libritos con tapas de cartón que dice aceite Cocinero de los cartoneros? Pero, pensé también, que la Bauhaus se identifica para mí con la destrucción del rococó vienés, en el que el horror asesino colonial se sublima en el dorado cegador de las molduras. Uno en realidad puede imaginarse a los burgueses arrancando el laminado de oro de las molduras para venderlo en el mercado negro y comprar manteca. Porque la verdadera pregunta de Herr Profesor fue ‘¿Cómo te atrevés a compararlos? ¿Cómo te atreves a poner juntos esos pedacitos de cartón roñosos, esas mugres sin sentido, sin estética, sin trabajo, pintados con los dedos con tempera por desastrados sucios rotosos, con la elevación y felicidad abstracta de Bauhaus?
¿Qué había pasado? ¿Era cierto, como indicó otra miembro del tribunal, que lo pobre lindo en realidad era una idea complicada sobre unos materiales simples? ¿Era cierto que sólo es la expresión de la culpa de los intelectuales burgueses que, como Borges, tienen que atribuir alguna belleza y felicidad a la pobreza para no sentir que están muertos? ¿Se trata de una disputa sobre la producción de valor estético, entre dos expertos en estudios europeos y un latinoamericanista? Cualquiera que piense eso caería en un error, ya que lo que se discutía eran distintas concepciones de la pobreza y de lo provinciano: la que la piensa como valor, y la que la piensa como gestión.
Lo que sucedió esa tarde fue una escena de producción de valor, y no un intercambio de ideas. Efectivamente, pareciendo objetar mi concepción estética en realidad decían por qué no me podían incluir en la institución. En Inglaterra el valor se vive como un problema de gestión de la cultura académica, la que en todo caso reclama tener algún tipo de acceso privilegiado a la política o a la industria cultural. O mejor dicho, la universidad ha percibido que su negocio es precisamente administrar valor.
José Martí decía que lo extraño que viene de afuera sólo molesta al provinciano si lo afecta en sus negocios, no sus valores. En la entrevista no sólo quedó de manifiesto el tipo de negocios al que se aspira. La preocupación de Herr Profesor no era el desacuerdo sobre una construcción del valor estético, ya que el canon artístico está agujereado por la indeterminación creada por el multiculturalismo. Su preocupación era hasta qué punto esa idea era compatible con un tipo de gestión que sólo se siente atacada cuando piensa que le arruinan algún negocio (en esa oportunidad se trataba de qué milagro va a hacer que ese departamento saque una categoría de investigación que está fuera de su alcance). Para su espanto, yo creo que percibió, si incrédulamente, que Eloisa Cartonera no se caracteriza por unos trazos formales que, como en el caso de la Bauhass, fue lo que compraron los ricos cuando se cansaron del kitsch bávaro.
Ah, por supuesto, no me dieron el trabajo.
Fabricio Forastelli
miércoles, 3 de junio de 2009
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